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La Guerra Civil de España contada por los dos bandos

La conspiración en la Guerra Civil

Prosiguen los trabajos conspiratorios

Después del período de instrucción en Italia (1934), se intensifica la organización de los requetés, y muchos círculos carlistas se convierten en cuarteles donde se imparten clases teóricas de táctica militar, complementadas con ejercicios al aire libre en las montañas de Navarra. Las unidades que sucedieron a las antiguas «decurías» de 1931 eran la patrulla, el grupo, el piquete y el requeté, que se correspondían, poco más o menos, a las del ejército: escuadra, pelotón, sección y compañía. La reunión de tres requetés —unidades— componía el tercio o batallón.

El 3 de mayo de 1934, Alfonso Carlos había nombrado a Manuel Fal Conde secretario general de la Comunión Tradicionalista, y éste a su vez designó a fines de año a José Luis Zamanillo, delegado nacional de Requetés. La organización tomó mayor impulso, y se señala que actuaba como jefe militar el coronel José Enrique Varela, que utilizaba el seudónimo de «Don Pepe». Pero como no tenía libertad de movimientos, se nombró inspector nacional de Requetés al teniente coronel Ricardo Rada.

En enero de 1936 llegó a Navarra el teniente coronel de caballería retirado Alejandro Utrilla como inspector jefe militar de los Requetés. Era un profesional muy calificado que en poco tiempo logró articular toda la organización y prepararla, no sólo para intervenir con eficacia en el movimiento, sino también para abortar cualquier nuevo intento revolucionario que pudiera surgir.

La obsesión del Frente Popular, consciente de la oposición que podía hacerle, era el elemento militar. Pocos días después de las elecciones, el 22 de febrero, el gobierno trata de dispersar a los generales sospechosos de desafección, y destina a Franco a Canarias y a Goded a Baleares. El 28 le toca el turno a Mola, que había de dejar la jefatura suprema de Marruecos para ir destinado a Pamplona. El 8 de marzo, a su paso por Madrid procedente de África, tuvo ocasión de reunirse con Franco, Orgaz, Villegas, Fanjul y el coronel Aranda, con los que trazó un plan elemental de conspiración. El 14 de marzo llega a Pamplona, pero el general no dio de momento a conocer sus planes, hasta que el 19 de abril le llega la confidencia segura de que los dirigentes del comunismo preparaban para el 11 de mayo el asalto al poder. 

A fines de mes, Mola redacta la Instrucción reservada número uno, que envió secretamente a todas las divisiones y dio comienzo a una actividad extraordinaria que puso a prueba su capacidad de organizador. Firmaba ya El Director, cargo que le habían dado los conspiradores, y en la Instrucción aludía a que los elementos amantes de la Patria «tienen que organizarse para la rebeldía, con el objeto de conquistar el Poder e imponer desde él el Orden, la Paz y la Justicia». A la empresa concurrirían las fuerzas armadas conjuntamente con los elementos civiles procedentes de los partidos políticos y sociales que no obedecieran consignas extranjeras. Una vez dueños del poder, se instalaría una dictadura temporal hasta que la nación se pronunciara con libertad por el gobierno o sistema que prefiriere. La organización del movimiento habría de hacerse en el plazo de veinte días.

Conspiraciones paralelas /Mola y los Requetés / El desenlace

Existían, pues, dos conspiraciones paralelas que fatalmente tenían que coincidir. La de los militares con el general Mola como Director, y la de los carlistas, que contaban también con el concurso de varios militares y la dirección del general Sanjurjo. Sanjurjo era hijo del coronel carlista Justo Sanjurjo, que murió en la acción de Udabe el 26 de junio de 1873, y está enterrado en el pueblo navarro de Lecumberri. Muchos de los oficiales confinados a Villa Cisneros después del fracaso del 10 de agosto de 1932, o eran tradicionalistas o se alistaron después en el partido, lo que hizo que mantuvieran relaciones cordiales con Fal Conde y Zamanillo. 

Pero, en realidad, la efectiva vinculación de Sanjurjo a los carlistas, y el carácter militar de la misma, no parece que pueda remontarse a mucho antes de enero de 1936. Se cruzaban, eso sí, cartas de felicitación y telegramas por Navidad y San José —onomástica de Sanjurjo-, pero es expresiva la nota manuscrita consignada por el general en su diario correspondiente al 30 de marzo de 1936: «Yo creo que nada se hará por falta de decisión y de capacidad de los de arriba. Si oficialidad y regimientos aceptan mi mando, no tengo inconveniente en ponerme al frente del movimiento sin generales ni jefes tímidos, sólo me haría falta la garantía de que nadie se vuelva atrás cuando esté allí donde me llamen» (La Actualidad Española,6.6.1968).

Hasta el 10 de abril no encontramos una carta de Fal Conde a Sanjurjo anunciándole su visita a Estoril para «dentro de unos días» al objeto de darle cuenta de distintos pormenores y noticias, viaje que queda reflejado en otra anotación del citado diario: «En este mes (mayo 1936) vino a verme el jefe de los tradicionalistas don Manuel Fal Conde. Me habló de su deseo de que fuera yo el general que dirigiera un movimiento en Navarra combinado con levantamientos de partidas por el Maestrazgo y también en la frontera de Portugal. En principio le dije los inconvenientes que serían el no contar con el ejército y que nacería muerta cualquier intentona que se llevara a cabo. Que tenía compromisos con generales del ejército, pero en caso de que no respondieran estos señores sería cosa a estudiar, pero desde luego, poniéndose de acuerdo con las guarniciones del norte. Otro día llegó a mi casa este señor con el príncipe Borbón, que parece se quería que fuera nombrado regente si triunfaba el movimiento, pero más tarde votarían por la forma de gobierno y que se acataría el resultado de la votación».

El sería cosa a estudiar con que matiza Sanjurjo la propuesta de Fal Conde da a entender que hasta entonces no se había concertado nada definitivo. En la misma anotación hace referencia a que tenía compromisos con generales del ejército, que bien pudieran ser los que componían la Unión Militar Española (UME), fundada en 1933 para combatir a la República. El enlace con Sanjurjo era el teniente coronel Valentín Galarza; pero, efectivamente, en la fecha a que nos referimos, no parece que hubiera progresado mucho la conspiración de la UME, algunos de cuyos miembros actuaban en organizaciones paramilitares, como el teniente coronel Rada, que era inspector nacional de Requetés.

En la nota del diario correspondiente al 15 de mayo insiste en lo anterior: «En Madrid nada, cinco generales, los de siempre, bajo la presidencia de Villegas, pero no hacen nada ni creo que lo harán.» Sorprende un poco que a continuación diga: «Sé que Fal Conde ha ido a visitarle ahí (a Villegas). Después ha ido a Pamplona, supongo que de acuerdo con Mola.» Y ha seguido, escribe: «Creo que la única probabilidad de hacer algo práctico, sería a base de los elementos civiles de Navarra, y Mola, si éste se decidiera a actuar, pero la verdad es que hasta ahora no lo estaba, porque decía que había que esperar oportunidad y no actuar sólo en su región, sino en varias.

Casares está dispuesto a dar la batalla a la parte sana del ejército y es hombre temible, Creo, pues, o se actúa rapidísimamente iniciando en el Norte para ver lo que hacen en el resto de España, o hay que abandonar la esperanza.» ¿Quiere esto decir que Sanjurjo ignoraba el 15 de mayo de 1936 que Mola se había ya comprometido a actuar? La referencia de Sanjurjo así induce a pensar. Pero no es admisible que Fal Conde visitara a Villegas «de acuerdo con Mola», pues las relaciones de éste con los carlistas son posteriores.

En efecto, la entrevista de Sanjurjo y Fal Conde a primeros de mayo fue seguida por otra en la que participó también el príncipe Javier de Borbón-Parma, que llegó a Estoril en avioneta. Firme el general en la idea de ir a un movimiento en colaboración con el ejército, dio al príncipe una carta para que por persona de confianza la hiciera llegar a Mola en Pamplona. «Necesito su decisión —le decía—, y si se decide, quiero que usted me represente.»

Mola se apresuró a informar a Sanjurjo que enviaría a Estoril a un paisano de confianza con la respuesta, y esta persona no fue otra que el diputado a cortes Raimundo García («Garcilaso»), director de Diario de Navarra, «amigo mío desde el año 21 que actuó de corresponsal en Melilla, hombre serio. Es decir, que me pareció excelente comisionado» —anota Sanjurjo.

Garcilaso llegó a Estoril el 30 de mayo e informó al general que Mola estaba completamente resuelto a levantar la región con el ejército y los «muchos paisanos, núcleos compuestos de carlistas», pero que no se moviera hasta que él le llamara.

Mientras tanto, los carlistas, temiendo que los acontecimientos se precipitaran, habían constituido en San Juan de Luz una junta de elementos civiles y militares para dirigir la conspiración.

En cumplimiento de las indicaciones de Sanjurjo, aceptado por todos como jefe indiscutible, hubo un primer contacto de Mola con Zamanillo en el gobierno militar de Pamplona el 12 de junio, durante el cual, el delegado nacional de Requetés entregó al general una nota comprensiva de los puntos en que basaban los carlistas su participación en el movimiento militar. Las medidas comprendían la derogación de la constitución, la disolución de todos los partidos políticos, sindicatos y asociaciones sectarias, la proclamación de una dictadura de duración limitada y la forma de constituirse, dado por supuesto que el alzamiento se haría con la bandera bicolor. El presidente del directorio sería el general Sanjurjo.

Mola consideraba indispensable el acuerdo con los carlistas, pero no parecía dispuesto a aceptar de primeras todas las bases propuestas por éstos, y se hizo necesaria una segunda entrevista el día 15, que tuvo lugar en el monasterio de Irache, cerca de Estella, y a la que acudió Fal Conde, que estaba en San Juan de Luz. La conversación se desarrolló en la celda del padre superior, y el general, como contestación a la que recibiera de Zamanillo, entregó a Fal Conde otra nota impresa y fechada en Madrid e15 de junio. 

La nota coincidía en muchos aspectos con la de los carlistas, pero comprendía otros que a su vez éstos tampoco estaban dispuestos a admitir, como los referentes a la formación de un parlamento constituyente elegido por sufragio, defensa de la dictadura republicana, separación de la Iglesia y el Estado, libertad de cultos y respeto a todas las religiones, que en aquella época se consideraban en verdad ideas heterodoxas. El directorio se comprometía, según la nota de Mola, a no cambiar el régimen republicano. Fal Conde, después de manifestar su extrañeza de que se le entregara el día 15 una nota fechada el 5, se retiró sin llegar a un acuerdo. El 2 de julio hubo otra entrevista en Echauri.

Acudió en lugar de Fal Conde, José Luis Zamanillo, quien entregó al general otra nota en la que se contenían las condiciones mínimas exigibles para que los carlistas participaran en el movimiento militar. Se referían a que la futura política respondiera a los dictados de la religión, y a que la reconstrucción del estado se hiciera en base a leyes sociales y orgánicas. Insistía en que el punto relativo a la bandera era de obligada lealtad a sus masas, que mal podían salir con la bandera republicana. Tampoco hubo acuerdo.

Réplicas y contrarréplicas tenían en vilo a los conspiradores y no acababan de decidir la cuestión, hasta que Fal Conde determinó dar cuenta a Sanjurjo. El encargado de hacerlo fue Antonio Lizarza, delegado regional de Requetés de Navarra, quien el 11 de julio regresó a España siendo portador de dos cartas, una para Mola y la otra para Fal Conde trasladándole la anterior. En ambas, que llevan fecha de 9 de julio, Sanjurjo dice que hay que dejar a los carlistas que salgan con la antigua bandera española, y que aquellos cuerpos a los que hayan de incorporarse las fuerzas de esta Comunión, no lleven ninguna. El gobierno se constituiría en sentido puramente apolítico por militares, asesorados por un consejo de hombres eminentes. Se haría una revisión de todo lo legislado en materia religiosa y social y cesaría la actividad de los partidos políticos. La duración del gabinete militar se limitaría a la consecución de estos objetivos inmediatos.

Pero Mola, si bien reconoció la firma de Sanjurjo, entendió que el texto de la carta no era suyo, por lo que, informados los carlistas de San Juan de Luz, acordaron suspender toda relación con él (mañana del 12), y requirieron a los jefes de las unidades de requetés para que, mediante juramento, se comprometieran a no obedecer otras órdenes que las que vinieran por conducto de las autoridades de la Comunión (13 julio).

El desenlace de la guerra

El ofrecimiento de Mola – Muere en accidente aéreo el General Sanjurjo

Algo de lo que ocurría en las alturas iba trascendiendo a los sectores más comprometidos de Pamplona, y Garcilaso se propuso a su modo remediarlo poniendo en contacto a Mola directamente con el conde de Rodezno, que tenía gran influencia en la Junta de Navarra y se hallaba distanciado, no sólo de Fal Conde, sino de la misma Comunión por sus relaciones con los alfonsinos.

La primera entrevista del conde con el general tuvo lugar a las cuatro y media de la tarde del día 9 de julio en los alrededores de Pamplona, cuando más tensa era la polémica entre Mola y Fal Conde. Hubo otras entrevistas, y el conde habló con la Junta Regional carlista de Navarra, cuyo presidente era Joaquín Baleztena, para manifestar a sus componentes el desacuerdo existente entre Mola y las autoridades nacionales de San Juan de Luz. La Junta, instigada por Rodezno, decidió ofrecer a Mola su colaboración y la de los requetés navarros a cambio de que cuando llegara el triunfo, se restableciera la bandera bicolor y los ayuntamientos de Navarra fueran constituidos por elementos carlistas.

Pero algo debió de inquietar a los miembros de la Junta cuando el día 12 se hallaban en San Juan de Luz para solicitar autorización del príncipe Javier para ir al movimiento con los militares en las condiciones señaladas. El príncipe les reprochó el haber pactado con Mola a cambio de tan menguadas compensaciones, pero como insistieran en obtener la autorización, les dijo que había que someter el caso a la decisión de Alfonso Carlos que estaba en Viena, lo que llevaría tres días. Aquella noche fue asesinado Calvo Sotelo, y el 13 el príncipe escribió una dura carta a Joaquín Baleztena reiterándole la prohibición de participar en el movimiento militar si no se aceptaba por Mola el programa mínimo que se le había presentado. «Yo no puedo creer —decía— que la Junta Regional de Navarra traicione y comprometa a la Comunión Tradicionalista al margen o en contra de la voluntad del Rey.»

Todos los que con posterioridad han relatado la historia de estos, trágicos días, en los que pudo haber fracasado el alzamiento, convienen en afirmar que el general Mola se dio por satisfecho con la adhesión de la Junta Regional. Pero, ciertamente, no fue así.
Estimó en lo que valía el ofrecimiento, no tanto por lo que representaba de apoyo, sino porque indudablemente forzaría a un definitivo entendimiento con las autoridades nacionales, ante las cuales, la propia Junta de Navarra había solicitado autorización para secundar el movimiento. Mola era militar, tenía el más alto concepto del honor y de la disciplina, y necesitaba el espaldarazo oficial de las autoridades nacionales del partido carlista.

Y todo se arregló. Antonio Lizarza obtuvo del general Mola el día l4 un autógrafo en el que decía: «Conforme con las orientaciones que en su carta del día 9 indica el general Sanjurjo y con las que el día de mañana determine él mismo, como Jefe del Gobierno.»
El desenlace, después de salvar este escollo, fue rápido. El 15 se entrega al general el siguiente documento: «La Comunión Tradicionalista se suma con todas sus fuerzas en toda España al movimiento militar para la salvación de la Patria, supuesto que el Excmo. Sr. general director acepta como programa de gobierno el que en líneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. general Sanjurjo, de fecha de 9 último. Lo que firmamos con la representación que nos compete, Javier de Borbón Parma. Manuel Fal Conde.»

Sólo faltaba que viniera a Pamplona el general Sanjurjo a ponerse al frente del alzamiento. Pero el general no pudo venir. En la mañana del día 20, el avión en que iba a hacer el viaje capotó y Sanjurjo pereció carbonizado. Con él desaparecería el caudillo que por su personalidad, podía haber logrado la paz entre los españoles. El propio Indalecio Prieto lo reconoció así: «Casi nada de lo que figura anotado sumariamente en ese índice de postguerra hubiese ocurrido caso de haber llegado el triunfo a manos de Sanjurjo. Este era un hombre... Hasta en eso tuvimos desgracia los españoles. Sanjurjo, vencedor, habría liquidado la guerra, por muy sañuda que hubiese sido, como se liquidaron las contiendas civiles del siglo XIX, o sea, restableciendo prontamente la convivencia entre ambos bandos» (Convulsiones en España. México, 1967, I, 207).

Pero las líneas generales de actuación ya se habían puesto en marcha. Mola había dispuesto que se sublevara África el día 17 y
Navarra el 19. Así se cumplió. Aunque en Navarra la movilización de los requetés se hizo a lo largo del día 18, de forma que en la mañana del 19, tuve el honor de mandar las primeras tropas voluntarias que revistó El Director en la plaza del Castillo.

***
Para que no haya confusión diremos, para terminar, que el espíritu con que los voluntarios navarros fueron al movimiento es algo que estremece por su humildad y sencillez. No es extraño que se repitan aún sus historias como bellos cuentos. Parece el reflejo de la paz del alma que supera los desastres de la guerra. Se les dijo que tenían que luchar por su fe, por defender su libertad foral amenazada, y que habían de romper, como en las Navas, las cadenas de su opresión. Participaron como un relámpago en la lucha, y después de santiguarse, se volvieron tranquilos a su casa.
Un periodista extranjero preguntó a un requeté adónde iría después de la guerra y el interpelado respondió:

¿Yo? A layar, que es lo mío.

Bienvenido Larrea era teniente de requetés del Tercio de Lácar. A los pocos días de su licenciamiento se le veía por las calles de Pamplona tirando de un carro de mano repartiendo recados a las tiendas.

Nada de lo que ocurrió después les es imputable...


JAIME DEL BURGO
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