Un objetivo
fundamental
Las medidas de Largo Caballero no dieron momentáneamente resultado
y la técnica de Asensio Torrado, tampoco. Con el mayor entusiasmo y voluntad,
los milicianos eran derrotados una y otra vez y se presumía que Franco tomaría
Madrid sin esfuerzo. Muchos periodistas extranjeros lo habían descrito y los
servicios franquistas de propaganda tenían preparada la noticia. Parecía que los
republicanos jugaban su última partida.
En tales condiciones, Largo Caballero avanzó otro paso en su
política de pactos. Como antes había hecho la Generalidad , el día 5
de noviembre de 1936 incorporó cuatro anarquistas al gobierno. Pero
seguidamente, preparó el abandono de Madrid. El presidente Azaña ya se
encontraba en Barcelona y el gobierno decidió trasladar sus servicios a
Valencia para proseguir la guerra, aunque Madrid cayera en manos de Franco.
Se constituyó el ejército del Centro, a cuyo frente se
colocó el general Pozas. Una parte de dicho ejército era la guarnición de Madrid,
mandada por el general Miaja, con Rojo como jefe de Estado Mayor que estaba
asistido por una Junta de Defensa, formada por representantes de los partidos y
sindicatos.
La ciudad atraía la atención de los dos bandos porque era el
objetivo principal y se pensaba que en su conquista o defensa residía la clave
de la guerra. Sorprendentemente no fue tomada por Franco, que la atacó
duramente a lo largo de todo el invierno y parte de la primavera. Su primera
fase de operaciones consistió en un asalto frontal, desarrollado entre los días
8 y 23 de noviembre, que fracasó. En consecuencia Franco pretendió aislar la
ciudad por el oeste en la llamada batalla de la carretera de La Coruña. Luego lo
intentó por el este con las batallas del Jarama y de Guadalajara. Ninguna de
ellas logró sus objetivos y los republicanos desencadenaron otras tres batallas
para contrapesarlas y distraer efectivos. Fueron las de Oviedo, Villarreal y
Sigüenza, que resultaron inútiles para aliviar el frente de Madrid y las dos primeras
quebrantaron a quienes las habían promovido.
El asalto a Madrid
Sus continuas victorias del verano habían hecho creer a los franquistas
que Madrid era presa fácil. Pero no fue así. Su intento de penetrar en la
capital fue apoyado por escasos cañones y las tropas no estaban organizadas
adecuadamente para atacar una gran ciudad.
El general Varela, que mandaba la maniobra, dispuso sus columnas
para penetrar en Madrid a través de sus puentes, como si fuera una guerra del
siglo anterior. El mando republicano apenas sabía con cuántos hombres contaba
ni cómo estaban distribuidos, pero Rojo trabajó febrilmente para que se
colocaran con cierto orden, en la periferia de la Ciudad , y aprovecharan el
cauce canalizado del río Manzanares como un foso para detener a sus enemigos.
La resistencia se había preparado con un importante esfuerzo propagandístico de
las organizaciones políticas y sindicales, y con el trabajo en trincheras y
elementales parapetos.
El azar hizo que cayera en poder de Rojo la orden de
operaciones enemiga, diez horas antes de comenzar el ataque, de modo que pudo
tomar disposiciones de última hora. Realmente no pudo hacer otra cosa que
encargar de los puntos vitales a militares de confianza, enviar todos los
hombres armados al frente, procurar controlar la artillería y ordenar que se
resistiera a toda costa.
El primer ataque fracasó y también cuantos le siguieron. La resistencia
madrileña estuvo alentada por el vuelo de los aviones rusos, capaces de
competir con los italianos y alemanes, la llegada de armas y municiones soviéticas
y la presencia de las dos primeras brigadas internacionales, que fueron
empleadas como fuerza de choque en los lugares de mayor peligro. Su resultado
fue magnífico; pero no debe hipervalorarse su importancia, aunque decisiva en
los combates locales y estímulo al entusiasmo; entonces contaban solamente con
seis batallones, que no resolvieron la resistencia de Madrid por lo exiguo de
sus efectivos. Las brigadas se habían nutrido con voluntarios de todo el mundo,
fueron instruidas en Albacete y eran una realización del partido comunista,
aunque no todos los hombres pertenecieran a él.
Lo más duro de los combates para intentar penetrar en Madrid
tuvo lugar en la
Ciudad Universitaria , único punto donde los asaltantes
pudieron atravesar el Manzanares y donde la lucha llegó a desarrollarse en el
edificio del Hospital Clínico, piso por piso y habitación por habitación.
Después de dos semanas de desgaste, sin que ninguno de los dos bandos obtuviera
ventaja, Franco decidió cesar en el asalto y asediar la capital.
Batallas para cercar
Madrid
Cuando, el 23 de noviembre, se detuvo el choque frontal
contra Madrid, la guerra se desarrollaba en cuatro teatros de operaciones. En
el Norte, el coronel Aranda defendía Oviedo y había visto como los regulares
africanos, que habían reforzado a las columnas gallegas, abrían un pasillo para
unir la ciudad con territorio franquista, aunque tanto Oviedo como su
comunicación siguieran en peligro. En el frente de Aragón, los franquistas eran
débiles pero las columnas catalanas estaban detenidas por la falta
de armamento y la deficiente organización. En Andalucía la debilidad
republicana era evidente, desde que los intentos de Miaja para tomar Córdoba
fueron desbaratados por refuerzos marroquíes. Únicamente conservaba su
dinamismo el frente madrileño, donde ambos bandos cifraban grandes esperanzas.
El gobierno Largo Caballero había sido sorprendido por el
éxito de la defensa y aprovechó la coyuntura para reforzar su frente. El recuerdo
de las grandes batallas defensivas de la Primera Guerra Mundial,
en las que los alemanes se desgastaron hasta resultar derrotados, pareció un
buen ejemplo a seguir en Madrid. Incluso el No
pasarán, que era el lema preferido de los defensores de la capital, tenía
su origen en la batalla de Verdum.
El primer intento de Franco para cercar Madrid pretendió
avanzar hasta el noroeste, para cortar la carretera de La Coruña y otras vías
secundarias que conducían a las posiciones republicanas de la sierra. Los
mandos del ejército de África deseaban pelear en campo abierto, desde que sus
hombres habían fracasado frente a los parapetos y trincheras de la periferia
madrileña. Creían que si sus tropas maniobraban libremente, lejos de aquella
trampa, arrollarían a los milicianos como habían hecho durante todo el mes de
agosto.
Mientras tanto, en Madrid, seguía la vida. Aunque los bombardeos
de artillería y aviación martirizaban la ciudad, los cines, los teatros,
tabernas y restaurantes hervían de gente. A pesar de que los alimentos eran
escasos, faltaban artículos esenciales y parte de la población dormía en el
metro por temor a las bombas.
La batalla de la carretera de La Coruña duró desde el 29 de noviembre
de 1936 al 16 de enero de 1937 y se desarrolló en varias fases, porque el
general Varela, que dirigía la operación, la inició con la mayor confianza. Fracasó
en el primer intento, pues los milicianos no se desbandaron y cumplieron las
órdenes de resistir dadas por el general Miaja. Rojo, su jefe de Estado Mayor, perfeccionó
entonces el plan de defensa y mantuvo como reserva a los carros rusos y las dos
brigadas internacionales, en espera de un nuevo ataque en la misma zona.
Efectivamente, Varela reforzó sus tropas e insistió por
segunda vez, también si éxito. En el tercer intento, después de acumular infantería,
artillería y aviación, los franquistas pudieron cortar la disputada carretera,
a costa de combates sangrientos, pero no consiguieron evitar la comunicación de
Madrid con las posiciones de la sierra. Había sido un empate, aunque las bajas
republicanas fueran más, por la mala organización de los milicianos.
Como no pudo aislar Madrid por el noroeste, Franco decidió cortar
las comunicaciones del lado contrario, en la carretera de Valencia, que era el
cordón umbilical por donde llegaban los suministros a la ciudad.
Recién concluida la batalla de la carretera de La Coruña , los franquistas
trasladaron sus tropas de choque al sur de Madrid, para atacar en dirección
oeste-este, llegar a la carretera de Valencia y cortarla. Ese fue el origen de
la batalla del Jarama, librada entre el 6 y 27 de febrero.
Los primeros días fueron de fácil avance franquista,
conducido por el general Orgaz. En frente, el ejército del Centro, del general Pozas,
contaba con unidades de reclutas que retrocedieron. Desde Madrid se envió entonces
un refuerzo mandado por Modesto, con los carros rusos y las internacionales.
Poco a poco el avance de Orgaz se detuvo y sus tropas comenzaron a sufrir
numerosas bajas. La aviación y artillería de ambos bandos estaban equilibradas
y, aunque a pequeño nivel, tuvo lugar una batalla de material. En plena
operación, el mando republicano fue asumido por Miaja y Rojo, porque sus tropas
llevaban el mayor esfuerzo. Al cabo de unos días los combates concluyeron por
el agotamiento de ambos bandos. Franco había invertido en la batalla hasta la
última reserva, sin poder llegar a la carretera de Valencia. En tales condiciones
no tuvo otro remedio que acceder a que tomara parte en la batalla por Madrid el
cuerpo italiano, aunque desconfiaba de las intenciones políticas de Mussolini.
El protagonismo
extranjero
Las armas alemanas, italianas y rusas impidieron el colapso
de la guerra y posibilitaron la batalla de Madrid. Incluso, desde el mes de
diciembre, la infantería de choque de ambos bandos estaba formada por marroquíes
o internacionales, y los carros y aviones también eran tripulados por italianos,
alemanes y rusos, con escasos españoles.
El armamento soviético era de gran calidad en cuanto a
aviones y carros, mientras la artillería y las armas ligeras estaban anticuadas,
y los suministros no llegaban regularmente, con gran apuro para la defensa de la República que no contaba
con otra fuente de aprovisionamiento.
Hasta noviembre, Franco recibió más ayuda de los alemanes
que de los italianos, pero entonces Mussolini incrementó sus envíos. Desde
octubre, la marina italiana patrulló también el Mediterráneo para vigilar a los
barcos rusos que navegaban hacia España con material y, desde noviembre, acordó
repartir la vigilancia con los alemanes. Incluso un submarino italiano torpedeó
varios buques de guerra republicanos anclados en Cartagena.
En noviembre los alemanes organizaron la Legión Cóndor ,
unidad de combate moderno, constituida por aviación con su propio mando
independiente, mientras los carros y artillería antiaérea quedaban a las
órdenes de los generales españoles.
Tanto los alemanes como los italianos y rusos contribuyeron
a la instrucción militar de sus aliados, cedieron profesores a las escuelas de
mandos y consejeros a las unidades. Aunque Franco y sus generales jamás
atendieron sus recomendaciones en las operaciones terrestres. En cambio, en el
aire, los extranjeros decidían los procedimientos de combate dada la
insignificancia de la aviación española.
En diciembre comenzó la gran escalada de los italianos,
porque Mussolini deseaba intervenir no sólo en la guerra, sino también en la
política española para favorecer sus intereses en el Mediterráneo, del que
deseaba apartar tanto a los ingleses como a los alemanes.
Sin autorización de Franco envió a España una unidad de 40.000
hombres, con su armamento, equipo y transportes. Era el cuerpo más moderno de
cuantos existían en España, aunque sus deficiencias eran importantes. La
mayoría de los efectivos eran voluntarios reclutados en las regiones más pobres
de Italia, y alistados sin saber a qué incierta aventura se les enviaba, a
cambio de la prima cobrada al sentar plaza.
El llamado Corpa
Truppe Volontaríe desembarcó en Cádiz con bastante desorden e ínfulas de
grandeza, que despertaron las reticencias de los españoles. A principios de
febrero, Franco autorizó que atacaran Málaga, en colaboración con tropas españolas.
La operación fue un éxito porque el desbarajuste republicano de la zona era
increíble y los milicianos huyeron ante los primeros bombardeos de la aviación
italiana.
El triunfo excitó el entusiasmo de Mussolini y Ciano, que deseaban
un rápido y espectacular éxito en España. Franco fue presionado para aceptar
imaginativas ofensivas destinadas a ganar la guerra en dos meses. No aceptó
porque no se fiaba de los recién llegados, temía su protagonismo político y
prefería que la guerra no terminara rápidamente, sin tiempo para «limpiar» el
país de rojos. De modo que no aceptó los planes italianos hasta que la batalla
del Jarama le puso en apurada situación. Entonces permitió que el Corpa Truppe Volantaríe participara en
la batalla de Madrid a condición de no tomar objetivos espectaculares.
Guadalajara
La operación planeada era un ataque del cuerpo italiano, flanqueado
por tropas españolas. Avanzarían sobre la carretera de, Zaragoza a Madrid, en la Alcarria , tomarían
Guadalajara, Alcalá de Henares y aplastarían a los republicanos, que habían
combatido en el Jarama contra las fuerzas de Orgaz. De camino quedaría cortada
la carretera de Valencia.
Era la batalla más imaginativa y moderna planeada en la
guerra de España. Pero llovió copiosamente, el campo se hizo intransitable, los
vehículos italianos se embotellaron en la carretera, la aviación y artillería
no pudieron actuar y los voluntarios se desmoralizaron.
Los aviones republicanos contaban con pistas de cemento, tenían
mejor tiempo en sus bases y machacaron las embotelladas columnas de vehículos
enemigos. Los internacionales, transportados a toda prisa desde el Jarama,
chocaron con los desmoralizados e inexpertos camisas negras y provocaron su retirada.
Desde entonces, Franco no permitió que los italianos
realizaran operaciones independientes. Sin embargo, su fallido experimento había
sido el único intento de desarrollar una táctica moderna, como la que, pocos
años después, aplicarían espectacularmente los alemanes en Polonia y Francia.
La derrota de los italianos fue una inyección de optimismo
para los republicanos que creyeron haber vencido al fascismo internacional. Los
franquistas también celebraron la derrota del CTV porque estaban hartos de sus bravatas y su concepto sobre la conducción
de la guerra chocaba con la obsoleta táctica española.
En el orden estratégico, la derrota italiana en Guadalajara
pareció dar la razón a la cauta, lenta y anticuada estrategia del general Franco.
En realidad, más que una victoria republicana, fue el empate final de la
batalla de Madrid. Desde entonces, Franco no pudo pensar en concluir el
conflicto de la toma de la capital. Sus mejores tropas estaban alrededor de Madrid,
enfrentadas a fogueadas unidades republicanas. Llevar a otro frente los moros y
legionarios suponía dejar las manos sueltas a las brigadas internacionales y
los luchadores veteranos de Madrid. Franco necesitaba encontrar otro escenario
de combate y una nueva fuerza de maniobra.
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