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La Guerra Civil de España contada por los dos bandos

La unificación de Falange Española y las JONS

Raimundo Fernández Cuesta, fue general jurídico de la Armada. Desde su fundación militó en Falange Española. Fue detenido en Madrid en 1936 por el gobierno republicano. Cuando llegó a la zona nacional volvió a ocupar la secretaria General de Falange. Tras la Unificación se mantuvo junto a Franco

FET y de las JONS 

La unificación de la Falange Española de las Jons con la Comunión Tradicionalista llevada a cabo en virtud del Decreto de Franco de 19-IV-l937, constituye uno de los acontecimientos políticos de mayor importancia y trascendencia de nuestra guerra civil y que por ello bien merece un análisis lo más detallado posible de sus antecedentes, causas y consecuencias.

De las diferentes fuerzas civiles que se incorporaron al Alzamiento Nacional  -Renovación Española, JAP, albiñanistas, etc.- la Falange y el Requeté eran las más importantes por el número de afiliados, combatientes en los frentes, por su organización, actividades, y sobre todo por su contenido doctrinal. 

Esas dos organizaciones, junto con las demás mencionadas, quedaron incluidas en el Decreto Unificador, cuyo fundamento, como se dice en su preámbulo, era conseguir la unidad de los españoles en un destino común al servicio de la grandeza de España, unidad incompatible con las luchas, diferencias, discusiones, discordias de partidos u organizaciones en la retaguardia, que gastaban sus energías en cuestiones de estilo, cuando no por predominios personales, energías que deberían emplearse en fines más valiosos y decisivos del momento que vivía España y del objetivo que perseguían esas mismas organizaciones.

La unificación no se valoraba como un mero conglomerado de fuerzas de un carácter pasajero, ni como la formación de un partido más, sino como una entidad política nacional por vía de superación, enlace entre el Estado y la sociedad, y expresión de la adhesión del pueblo al Estado.

En esa nueva entidad quedaban, pues, integradas las fuerzas de la Tradición con su espiritualidad católica, y la fuerza eminentemente social y moderna que representaba la Falange Española, bajo la jefatura nacional de Franco, con la denominación de FET y de las JONS y el programa de Falange. Sus órganos rectores, además del jefe nacional, eran un secretariado o junta política y el consejo nacional; las milicias de la Falange y el Requeté igualmente fundidas en una sola, conservando sus emblemas y signos externos, con un general del ejército —el general Monasterio- como jefe directo y dos subjefes procedentes de las dos milicias unificadas de Falange y Tradición, Agustín Aznar y Jesús Elizalde, quedando disueltas las demás organizaciones y partidos políticos.

El Decreto de Unificación, en cuya gestación y redacción tuvo importante participación Ramón Serrano Suñer, se dio a conocer previamente a su publicación a los generales Mola y Queipo de Llano y fue recibido favorablemente por la opinión pública de la zona nacional, por ver en él un instrumento valiosísimo de actuación política para el robustecimiento de una acción común en la retaguardia, dirigida al logro feliz y victorioso de la contienda, evitando problemas disgregadores, como había ocurrido en la zona republicana con los enfrentamientos de comunistas y anarquistas que dieron lugar a los sangrientos sucesos de Mayo en Barcelona, con posibles repercusiones también en los frentes, y sentando además con esa unificación, las bases doctrinales sobre las que construir el nuevo Estado.

No obstante esta aceptación pública que relatamos, la acogida del Decreto de Unificación no fue de la misma naturaleza en los afiliados de Falange y Tradicionalismo, quizá no tanto por la unificación en sí misma, como por la forma en que se llevó a cabo, pues el propósito o proyecto de unificación existía latente en falangistas y tradicionalistas hacía ya tiempo, y se había exteriorizado en conversaciones y entrevistas entre personalidades destacadas de ambas organizaciones, autorizadas por sus jefes respectivamente, Manuel Hedilla, de la Falange, y Manuel Fal Conde por la Tradición, nombrado delegado nacional de la misma por el regente don Francisco Javier de Borbón Parma, entrevistas algunas incluso con redacción de proyectos de acuerdo.

Así, debemos mencionar las conversaciones llevadas a cabo con esa finalidad por el conde de Rodezno, destacada figura del Tradicionalismo, con Sancho Dávila, consejero nacional de Falange y jefe territorial de Andalucía, y las importantes negociaciones que mantuvieron en el Hotel Avenida de Lisboa, el 14 de febrero de 1937, Pedro Gamero del Castillo, José Luis Escario y Sancho Dávila, en nombre de Falange, con Fal Conde, el conde de Rodezno, Arauz de Robles, José María Valiente y José María Lamamie de Clairac, por parte de la Tradición. Ambas representaciones redactaron unas bases de acuerdo que no tuvieron resultado positivo a causa principalmente de la actitud irreductible de Fal Conde en el punto referente a la regencia.

Los tradicionalistas pedían la aceptación de la regencia con autoridad suprema del organismo en la persona de don Francisco Javier de Borbón Parma, los falangistas proponían que el actual regente de la Comunión delegara en el mando de la Falange de manera definitiva, todas sus atribuciones, títulos y pretensiones, no obstante que este mando contaría con el regente de la Tradición para la designación de la persona que hubiese de ocupar el trono. También fue obstáculo para llegar al acuerdo, el que los falangistas proponían que la Comunión ingresara en la Falange, mientras los carlistas se oponían a ese ingreso y querían sólo la unión o incorporación de las dos fuerzas políticas.

A pesar del fracaso en las negociaciones, que aun habiendo tenido éxito carecerían de valor oficial sin la aprobación de los mandos de la Falange y de la Tradición y de sus representaciones orgánicas establecidas, los delegados de Falange Española, ampliados con José María Pemán y Julián Pemartín, siguiendo el consejo de varios tradicionalistas, continuaron las conversaciones en Salamanca con los delegados carlistas, principalmente con el conde de Rodezno. 

Nota destacada en estas nuevas conversaciones partiendo del supuesto de la implantación de la Monarquía fue la propuesta de tres soluciones previas a dicha implantación: un triunvirato, Francisco Franco como regente, don Juan Carlos como futuro rey, una vez resuelta con el tradicionalismo la cuestión dinástica, y Franco asumiría monárquicamente el mando de la Falange hasta que ocupase el trono de España don Juan Carlos.

Tampoco en estas conversaciones se llegó a resultados positivos. El tema de la unificación seguía sin resolverse, aunque el ambiente era favorable y los propósitos de ambas partes no habían sido abandonados. Incluso Hedilla había hecho declaraciones periodísticas en las que proclamaba la existencia en la opinión de una tendencia innegable hacia la unificación de Falange con el tradicionalismo, cuyas relaciones eran cordiales y cuyas aspiraciones podían ser alcanzadas en el falangismo.

Se plantea entonces la pregunta de si éste era el sentir de la opinión con respecto a la unificación, si los jefes y miembros de ambas organizaciones también la deseaban, por qué cuando llegó el momento de su implantación surgieron graves problemas y hasta hechos dramáticos. La respuesta a la pregunta exige algunas explicaciones.

Tanto los falangistas como los tradicionalistas reconocían la conveniencia de unificar sus respectivas organizaciones por razones patrióticas, por cuanto esa unificación habría de contribuir al triunfo de la guerra evitando rivalidades y construyendo un instrumento de acción decisiva, beneficiosa, indispensable, pero en el fondo de su ser, unos y otros no querían perder su identidad, incluso algunos pensaban —como había dicho Fal Conde- que Falange y la Comunión Tradicionalista eran dos organizaciones que tenían ideas diferentes aunque no contrarias y una estructura orgánica perfecta, y si le quitaban o cambiaban alguna de sus piezas, la estructura perdería esa perfección.

Los militantes de Falange y Tradición estaban sometidos a una lucha psicológica. No tiene ésta su origen en terquedad, vanidad personal, obcecación partidista, sino precisamente en honestidad política, en fidelidad a una doctrina, en lealtad a jefes y fundadores, el temor de incurrir en heterodoxia e incluso en traición. Pero de otra parte, existía la obligación de hacer los sacrificios que fueran necesarios para no crear obstáculos que dificultaran el triunfo de la guerra, ni regatear soluciones que contribuyesen a ese triunfo que habría de traer el logro de los ideales por los que luchaban. 

Este era el dilema y por eso, para solventarlo y poder armonizar ambas exigencias, negociaban, hablaban y trataban de llegar por sí mismos a un acuerdo que lograra esa armonía. Sin embargo, no se alcanzó por tal procedimiento negociador y voluntario que tanto se deseaba, sino que la unificación fue decretada oficialmente por Franco por causas conocidas, por acontecimientos que determinaron esa decisión, lo que aconseja explicar cuál fue el origen de los mismos.

Muertos José Antonio, Julio Ruiz de Alda, Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo, la Falange quedó privada de sus mandos fundacionales y en condiciones difíciles de dirección, más aún en las circunstancias de una guerra y la creación de un Estado. Los falangistas sobrevivientes que se encontraban en la zona nacional y que asumieron u ostentaban los mandos, personas inteligentes, honestas y de la mejor voluntad, por ser en su mayoría muy jóvenes, carecían de la experiencia política imprescindible y adecuada para aquella empresa. Es esta una realidad que no se ha valorado bastante a la hora de juzgar los posteriores acontecimientos.

El mando de la Falange estaba ejercido por los diferentes jefes provinciales y territoriales con independencia entre sí, sin coordinación y sin una dirección única que tan característica era en la vida de la Falange. Había a lo sumo, en realidad, entre los distintos mandos, un espíritu positivo y federalista, pero no con la bastante eficacia que impusiera la unidad. A tal fin se celebró una primera reunión colectiva en Valladolid, el 1º de agosto de 1936, a la que asistieron Agustín Aznar, jefe nacional de milicias; José Sáinz, jefe territorial de Cuenca, Toledo y Ciudad Real. No asistieron Jesús Muro, jefe de Zaragoza; José Moreno, de Navarra; Joaquín Miranda, de Sevilla, así como otros jefes provinciales que quizá no fueron convocados.

Manuel Hedilla se incorporó poco después, y el con Agustín Aznar, asumieron sin nombramiento alguno la autoridad de hecho que se reveló en algunas órdenes y nombramientos que juntos impartieron. Esta reunión era el primer resultado para llegar a la cohesión y la continuidad a través de la unidad de mando.

En la segunda quincena de agosto surgió la idea de celebrar otra reunión dirigida al logro de la finalidad tan necesaria y apremiante. La reunión, que fue denominada congreso y no consejo, ya que a ella asistieron mandos que no eran consejeros nacionales, se celebró el dos de setiembre en el Salón de Claustros de la Universidad de Sevilla, bajo la presidencia de Hedilla, Aznar y José Sáinz. En ella se planteó el tema de si el mando debía ser único o ejercido por un triunvirato, lo que fue desechado, acordándose constituir una junta de mando provisional y nombrar un jefe de la misma, que fue Manuel Hedilla. La junta quedó constituida por Aznar, José Sáinz, Jesús Muro, Andrés Redondo, José Moreno, y al llegar a la zona nacional, Sancho Dávila; como secretario fue nombrado Francisco Bravo.

La reunión y la creación de la junta con un jefe, aunque fuera provisional, causó gran impacto, sobre todo en los sectores antifalangistas que no esperaban tal reacción de coherencia y propósitos de asegurar la marcha cada vez mayor, más creciente y arrolladora de la Falange y el propósito de institucionalizar sus diferentes objetivos, proveyéndola de la adecuada organización, especialmente con la recluta de voluntarios en sus milicias, que llegaron a ser 100.000 hombres en los frentes de combate.

Los sectores antifalangistas, ante esta posición firmemente ascendente de la Falange, comenzaron a maniobrar para provocar conflictos y rivalidades entre los mandos de aquélla y especialmente para debilitar la autoridad del jefe de la junta de mando, Manuel Hedilla, camarada de intachable conducta, honrado e inteligente, con magnífica historia falangista, campaña que terminó dando frutos disgregadores, máxime cuando el mando de Hedilla terminó por no ser acatado como único por los demás compañeros de la junta, quienes se consideraban cada uno de ellos titular de una parte alícuota de poder.

Ello, unido a las críticas que se hacían de la labor de Hedilla, determinó el proyecto de algunos falangistas de sustituir la junta por un triunvirato formado por Aznar, Moreno y Dávila, a cuyo fin el 16 de abril de 1937 acudieron al domicilio de Hedilla presentándole un escrito en el que se le formulaban los cargos de personalismo, tomar decisiones sin contar con la junta, no tenerla informada no ejecutar sus acuerdos, ineptitud, cargos en virtud de los cuales exigían su cese y el nombramiento de un triunvirato constituido por las personas antes citadas y firmantes del escrito.

Hedilla negó a éstos la facultad para plantear tales exigencias toda vez que él había sido nombrado por el consejo y expresó su propósito de convocar uno extraordinario para someter el tema a su decisión. Los firmantes del escrito trataron de comunicarlo a la organización de la Falange por la radio, telégrafo y correo, lo que Hedilla impidió mediante una serie de gestiones que adoptó, pero se creó en la Falange un clima de partidismo por la propuesta, enorme tensión con amenazas y temores de recíprocas violencias, adoptándose por una y otra parte medidas de defensa por si esa violencia estallaba. 

En esta situación, Hedilla ordenó a uno de sus adictos —José María Alonso Goya- fuera al domicilio de Sancho Dávila, de quien era amigo, para que le convenciese tuviese una entrevista con él y llegaran a una solución amistosa sobre el tema planteado respecto a la constitución del triunvirato, pero Dávila creyó que la visita tenía una finalidad de violencia y un falangista de su escolta disparó contra Goya causándole la muerte. Otro falangista que acompañaba a Goya disparó contra el agresor hiriéndole.

El suceso causó la lógica impresión, se temieron represalias y enfrentamientos que por fortuna no ocurrieron, pero se adoptaron por el cuartel general extraordinarias medidas de seguridad para que no se alterara el orden público precipitándose la decisión de Franco de decretar la unificación que ya tenía preparada.

En este ambiente de tragedia se celebró el último consejo nacional de FE de las JONS en dos sesiones, la primera el día 18 y la segunda el 19 de abril. Informado Hedilla de que los jefes de Falange pertenecientes a la junta de mando que propugnaba la formación del triunvirato entendían que su propósito debía convertirse en realidad mediante la reunión del consejo nacional, decidió adelantar la convocatoria antes de la fecha del 25 de abril primeramente proyectada.

Reunido el consejo, en él Hedilla explicó la causa de la reunión, el intento del triunvirato, rebatió los cargos que se le hacían, explicó la visita que hizo al generalísimo el día 16 para darle noticia del intento de formación del triunvirato así como del encuentro que había tenido en la mañana del 18 con el coronel Antonio Barroso y Ramón Serrano Suñer en el cuartel general, quienes entregaron a Hedilla una nota informándole de la decisión del generalísimo de hablar por radio anunciando la unificación de la Falange y del Requeté, se rindió un tributo a la memoria del fallecido Goya y se acordó elegir un jefe nacional, resultando elegido Hedilla por 10 votos, José Sáinz obtuvo uno, Muro otro, Martín Ruiz Arenado, otro, Merino otro y 8 votos en blanco.

Una vez dada lectura del nombramiento de jefe nacional a favor de Hedilla hasta que se reintegrara a su puesto José Antonio Primo de Rivera, Merino propuso la concesión de la Palma de Plata a José María Alonso Goya, propuesta que fue aceptada. Terminada la votación, se acordó que el nuevo jefe nacional visitara al generalísimo para darle cuenta del resultado del consejo. Así lo hizo Hedilla, acompañado de Roberto Reyes y Martín Ruiz Arenado, coincidiendo la visita con una manifestación ante el cuartel general al grito de ¡Franco! Al salir este al balcón, invitó a Hedilla a que se asomara con él, y a los gritos de ¡Franco! ¡Franco! se sumaron otros de ¡Franco! ¡Hedilla!

Del acontecimiento se trasmitió una nota informativa por Radio Nacional que también fue publicada en diversos diarios y en ella se traslucía la confianza de Franco en el nacionalsindicalismo al tiempo que manifestaba su fe en los principios de la Falange. El día 22, Franco firmó un decreto por el que se nombraba miembros del Secretariado Político de FET y de las JONS, a Manuel Hedilla, Tomás Domínguez Arévalo, Darío Gazapo, Tomás Dolz, Joaquín Miranda, Luis Arellano, Ernesto Giménez Caballero, José María Mazón, Pedro González Bueno y Ladislao López Bassa.

Simultáneamente se cursó por el cuartel general un telegrama a las autoridades militares y civiles que interfería en la actividad de la jefatura de Falange y otro enviado por Falange a sus jefaturas, por iniciativa y responsabilidad de José Sáinz, remitido sin cifra ni clave, y presentado en telégrafos sin la firma de Hedilla y con un simple sello del mando de FE de las JONS, en el que se decía poco más o menos: «Ante posibles interpretaciones erróneas Decreto de Unificación, no cumplirás otras órdenes que las recibidas por conducto jerárquico superior.»

Este telegrama dirigido a las jefaturas de la Falange, sumado a la negativa de Hedilla de aceptar el puesto que Franco le había asignado en el Secretariado Político de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y por otra parte, la muerte de José María Alonso Goya, fueron motivo de su detención y de su ulterior procesamiento y sumisión a dos consejos de guerra en los que fue condenado a doble pena de muerte, una como actor en calidad de jefe, de un delito de rebelión militar, y otra como autor, por inducción, de la muerte de Goya. Ambas penas fueron conmutadas por la de reclusión perpetua. Hedilla fue trasladado a la cárcel de Las Palmas de Gran Canaria, en la que permaneció hasta el 18 de julio de 1941, fecha en que la prisión fue sustituida por la de confinamiento, levantada el 6 de abril de 1946.

Hedilla fue víctima de una serie de circunstancias adversas y pasionales, propias de los tiempos de guerra en que se dieron. Sin embargo, cuando al cabo de los años de prisión recobró la libertad por decisión de Franco, éste además facilitó los auxilios materiales que se proporcionaron a Hedilla para resolver su vida en lo económico.

Como un antecedente de la unificación, y quizás explicación de la que se llevó a cabo, entiendo puede señalarse los intentos de formar un partido franquista para proporcionar al Movimiento una base política de sustentación. A este fin y por iniciativa de Nicolás Franco, se llevaron a cabo varias negociaciones, entrevistas y conversaciones, pero el proyecto no pasó de serlo, pues los promotores se dieron cuenta que iba a formarse un partido sin más programa ni doctrina que la mera adhesión al jefe del Estado, sin coherencia y más bien con olvido y franca oposición a los ideales de Falange y del Tradicionalismo y de la lucha que sostenían en los frentes. 

Por eso pensaron algunos que la solución para salvar tal obstáculo era que Franco fuera elegido jefe nacional de la Falange, previo su ingreso en ella y con la aprobación de la junta de mando y del consejo nacional existente. Esta idea tampoco prosperó, pero ello era indicio del propósito de fortalecer la autoridad del jefe del Estado recién nombrado, mediante una base política de apoyo y con un programa a convertir en realidad, propósito que antes de un año adquiría vigencia con las características y contenido que tuvo la unificación y que ya hemos explicado.

Juicio sobre la unificación

Como decimos al principio de este escrito, la unificación de Falange y el Tradicionalismo fue uno de los actos más trascendentes de nuestra guerra civil, medida de urgencia ante la tensa situación, incluso dramática, que se había creado, y dirigida a imponer la disciplina entre las heterogéneas y diversas fuerzas políticas copartícipes en el Alzamiento.

Esta unificación estaba querida incluso por los propios interesados que con su patriotismo supieron subordinar el mantenimiento de su identidad y autonomía al logro de la victoria final. Cierto que pudo alcanzarse por acuerdo y negociación de los partidos unificados sin los traumas que trajo consigo la unificación decretada, pero las circunstancias y la realidad que se vivía justificaban esa decisión. 

Ahora bien, lo que no puede decirse es que la unificación fuera sincera, absoluta u homogénea, sino obediente a las razones indicadas y es lógico que así ocurriera dado que sus componentes tenían procedencias y programas distintos (Falange Española, Tradicionalismo, Bloque Nacional, Renovación Española, cedistas y hasta independientes), aunque las organizaciones más fuertes, definidas y numerosas fuesen la Falange y la Tradición y por eso absorbieron a las demás en su denominación y se adoptó por programa el de la Falange.

La realidad es que al lado de los que sinceramente creían en ella y la defendían, otros muchos de los unificados no renunciaron a los ideales de su procedencia y los defendieron llegado el momento en su actividad política y acción de gobierno. La Falange nunca tuvo el poder total, aunque sí parcelas de él y épocas de mayor o menor esplendor determinadas por la situación internacional.

La unificación fue, pues, necesaria y positiva en el momento de su implantación a la par que fue el germen que con el paso del tiempo y después de la etapa de FET fructificó en el Movimiento Nacional, fundamental instrumento político del régimen de Franco. En el Movimiento Nacional, como en su antecedente de la unificación, coexistían diversas tendencias ideológicas de preponderancia variable según las exigencias variables de cada momento, diferencias que para lograr una acción positiva de gobierno demandaban un equilibrio que se supo mantener sin provocar estridencias merced a la responsabilidad e idea de servicio de los interesados y a la autoridad indiscutible de Francisco Franco.

No puede silenciarse, sin embargo, que precisamente de la unificación nació la discrepancia entre los falangistas: los que sostenían que con el Decreto de Unificación se dio un golpe mortal a la Falange y nada quisieron saber con el Movimiento nacruo ue esa unificación, y los que consideran que la misma fue impuesta por las circunstancias bélicas y que su aceptación representaba la mejor manera de conservar la Falange partiendo del propósito de llevar su doctrina a las realizaciones del Estado.

La inmensa mayoría de los falangistas siguieron este camino y con ello se logró convertir en realidad muchas ideas de la Falange, especialmente en el aspecto de la política social, hasta el punto de arrebatar la bandera reivindicativa a los partidos socialistas.

Entiendo, pues, que han servido mejor a la Falange quienes han mantenido la línea adoptada por la mayoría, que los que discrepando de la unificación, se mantuvieron aislados sin descender al terreno de la lucha y el trabajo, unidos con las demás fuerzas políticas. Se alegará, quizá, que la Falange aislada no hubiera sufrido las críticas que se han esgrimido contra la política del Movimiento, con lo que hoy podría constituir una reserva.

Discrepo de esta apreciación, pues el silencio de Falange durante los años del régimen franquista habría caído como una losa sobre ella y la habría hundido en el más absoluto de los olvidos. Aparte de que la masa falangista no hubiera resistido esos 40 años de ostracismo sin haberse incorporado a la solución unificadora.

Así, sin la victoria de Franco, a la cual contribuyó mucho la unificación, que fue aceptada por los cientos de miles de falangistas que lucharon en el frente, la Falange y su doctrina no hubieran impregnado con su espíritu la vida del pueblo español.

Sin que pueda olvidarse, asimismo, que en el Alzamiento Nacional intervino de manera importantísima la Falange y que lo hizo con lo mejor del Ejército español de la época, pero también con muchos españoles de otras filiaciones políticas, e incluso sin ninguna, pero que no estaban dispuestos a permanecer impasibles ante el desmoronamiento de España, debiendo tenerse en cuenta, por lo tanto, al juzgar la decisión unificadora de Franco, que él no era sólo el jefe de la Falange, sino del Estado, es decir, de todos los españoles, falangistas y los que no lo eran.

RAIMUNDO FERNÁNDEZ CUESTA Y MERELO


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